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Contando ovejas con Quim Monzó

Os dejo una práctica que propuso Quim Monzó y LaVanguardia este pasado Sant Jordi. El ejercicio consistía en darle final a una introducción dada por Quim Monzó, ahí va el resultado:

Contando ovejas

A las 4 de la madrugada hace ya horas que da vueltas en la cama, incapaz de dormirse. Una tras otra, cuenta ovejas blancas que saltan una valla, aunque no ha visto nunca que ninguna oveja salte vallas. Generalmente esta rutina consigue que el sueño llegue, pero hoy, de golpe, ve que una de las ovejas que salta la valla es negra y eso lo desconcentra. Prueba a contar ovejas que sean todas negras. Muchas ovejas negras que saltan una valla. Pero, cuando casi está a punto de dormirse, aparece una oveja blanca en medio de las negras. De forma que decide pasar de ovejas. ¿Qué podría contar? ¿Cerdos que saltan una valla? ¿Señores que entran y salen por una puerta giratoria? ¿No hay otra solución que no sea contar algo? Está en la cama, con los ojos abiertos. Harto, decide levantarse. Va al lavabo, orina, se lava las manos y la cara, bebe un trago de agua, coge el paquete de pitillos y sale al balcón a fumar uno. En un balcón de la casa de delante, apoyada en la barandilla, hay una mujer que también fuma un pitillo. No la había visto nunca.
Se enciende el cigarrillo y la observa. Da una calada y busca la mirada de la mujer. Ella le responde con una cómplice sonrisa, lanza la colilla al suelo, se arrima a la barandilla y salta al vacío. Una.
La puerta del balcón se abre y donde segundos antes había una mujer, aparece un tipo trajeado con un maletín de trabajo. Mira su reloj detenidamente, como si esperara el momento exacto. Y ni demasiado pronto ni demasiado tarde, se asoma y se lanza. Dos.
La puerta del balcón ha quedado abierta, y ahora sale al balcón un tipo alto, con una barba frondosa y gafas de sol. Está hablando con alguien por teléfono. Se mueve de un lado a otro del balcón mientras la conversación va subiendo de tono. Al final lanza el móvil contra el edificio de enfrente y se arroja tras él. Tres.
Abajo, en la calle, los cuerpos empiezan a molestar a los transeúntes que, aunque son escasos a esa hora, se ven obligados a cambiar de acera para poder continuar su trayecto.
Una chica vestida de atleta está ahora en el balcón. Se agacha y parece que está preparándose para el pistoletazo de salida. Su cuerpo se tuerce en perfecta armonía cuando salta la barandilla de espaldas y poco después toca el suelo. Cuatro.
Al pitillo le quedan un par de caladas cuando cuenta una quinta persona precipitándose.
Y entonces, sólo entonces, consigue dormirse.

 

Quim Monzó y Carles Rubio.

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