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Diario de un náufrago: Lunes 13

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Para leer la primera parte clickad aquí.

Para leer la segunda parte clickad aquí.

Y aquí os dejo el final de nuestro náufrago, aquellos textos que encontré perdidos en un cajón y que realmente no sé bien con que finalidad escribí:

El diario de un náufrago

Lunes 13 de octubre del 2003.

Cuan divertido fue ver un desfile militar con banderas extranjeras. Un monumento a la patria desde luego. Aunque si lo analizamos bien es como la viñeta humorística que leí ayer en el periódico:

“Perdón caballero pero es norma de la casa: La cicuta se paga antes de ingerirla…”

Se nota que nos dirigimos de cabeza a las elecciones para el nuevo gobierno. Si hasta van de puerta en puerta mendigando un voto. ¡Dónde iremos a parar!

Pero eso no fue lo más importante de la jornada. Por supuesto ocurrieron más hechos que me hicieron reflexionar. Bajé un momento a dar un paseo y una nube entró en mi casa. Mi madre enfermó, y sin saber qué hacer empecé a darle hierbas y más hierbas ya que, a causa de su obsesión por los naturistas, en casa no hay medicamentos, sólo hierbas.

Tras pasar una pequeña crisis entramos en otra. Éstas nunca vienen solas.

Estuve toda la noche despierto, sin saber qué hacer mientras ella dormía, y de pronto despertó y volvió en sí. No ocurrió nada más por esa madrugada, pero al despertar, Jake, el perro de la familia, había muerto. A causa del mal trago que pasé la noche anterior no me importó ir a enterrarlo ya que las mujeres estaban de luto. Si sí, se les muere un familiar y seguro que no montan tal drama. Pero es que era el mejor perro del mundo, no había uno más guapo, más bueno y menos guarro. ¡Si hasta tiraba la cadena del retrete! Era un santo… No entiendo como no lo hicieron santo… ¡Qué coño! ¡No entiendo como no fue Papa!

“Todo esto por un perro -dijeron- ¡le pasa esto a un hijo y te suicidas!”

Si hombre muy bien, encima que se muere uno matemos al otro… Bah, ya tuve suficientes problemas para llevar al perro congelado de un lado para al otro intentando que no se me cayera y se saliera de la bolsa… Lo peor fue cavar el hoyo… ¡qué desastre! No sabía como hacerlo… Empecé a darle y darle hasta que al final quedó un boquete lo suficientemente grande como para albergar aquél ser tan querido.

El resto del día ocurrió con normalidad hasta que oí una llamada de la academia; decían que no había aparecido ni un maldito día. ¿Ah, no? ¿Y qué coño hacía buscando las clases cada uno de los días? Estúpidos seres… ¡Malditos profesores!

Y ahora sí, sin más desprecio a nadie más que a mí mismo por lo que acabo de pronunciar en voz alta mientras escribía, me despido un día más para mis queridos lectores,

Buenas noches,

Vuestro náufrago.

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