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Hacia la luz (II)

Hacia la luz (II)

Hacia la luz (II)

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Hacia la luz

(Parte 2)

Para leer la primera parte, clickad aquí

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Martín

La verja se abrió silenciosamente y dio paso a un pequeño jardín con un solo árbol. La casa se alzaba delante mío oscura y fría. Tuve la sensación que una vez entrara no podría volver atrás. Nadie me volvería a esperar despierto. Avancé un poco y me di cuenta que desde el exterior no se podía apreciar la casa. Pasé un buen rato observándola, estaba rodeada por unos setos que la cubrían por completo. Cerré la verja y di otro paso más. El exterior era envidiable y sinceramente, estaba intrigado con lo que podía aguardarme en el interior. Hurgué en mis bolsillos y saqué la llave de mi nuevo hogar.

Lo primero que hice al entrar fue empezar a registrar la casa. El recibidor era amplio, tenía un salón muy espacioso y una cocina con todos los electrodomésticos instalados. Unas escaleras ascendían hacia una habitación y un baño. Era mucho más grande que cualquier piso en el que había vivido.

Fui a visitar la nevera para comprobar que todo funcionara y me llevé la primera sorpresa: La nevera estaba encendida y llena de refrescos. El congelador tenía comida precocinada. Al menos tendría un par de días para organizarme. A mí y a mis ideas.

Me senté en la mesa de la cocina y empecé a pensar qué querría hacer con mi vida. Saqué el portátil de la funda, cogí una cerveza y encendí el ordenador.

En los sobres que me dio el doctor, había varias direcciones de páginas web a través de las que se realizaban las gestiones del programa “sonríe”. Una de ellas era la opción “viajes”.

Accedí con mi nombre de usuario y contraseña y apunté varias opciones.  Mañana decidiría el destino. Llamé al médico para contarle mi intención de viajar por si había algún impedimento y para que me proporcionara suficiente medicación. Me dijo que no existía ningún inconveniente y que podía marcharme mañana mismo si encontraba pasaje.

Acto seguido llamé a Laura, pero tras cuatro intentos más, entendí que no quería hablar conmigo. No quería solucionar las cosas. Se había acabado. Estaba hecho un manojo de nervios y por un momento estuve a punto de ponerme la chaqueta, ir a casa de su hermana y confesarle que mi vida estaba llegando a su fin.

Pero me controlé y al día siguiente dejé el empleo en el que estaba y me pasé toda la mañana organizando un viaje por Sudamérica.

Quería quemar el poco tiempo que me quedaba.

Laura

Y ahí estaba yo, deshaciendo la maleta en casa de mi hermana, con una sonrisa en los labios. Pensé en cómo se lo habría tomado Martín. Aunque después de todo, seguro que estaría de acuerdo en que era lo mejor. Los dos lo necesitábamos. Tendríamos que sacrificarnos, pero cuando se diera cuenta, lo entendería.

El teléfono sonó, pero mi cabeza me dijo que seguramente se me escaparía algo fuera de lugar, así que pensé que lo mejor era dejarlo silenciado.

Entonces recordé cuando se lo confesé por primera vez a mi hermana. Ella no estuvo de acuerdo, dijo que ese tipo de cosas no debían hacerse. Repitió una y otra vez que el engaño en una pareja es el causante de la mayoría de divorcios. Pero era maleable, y llegado un punto, acabó pensando que era ella la que me había dado la idea.

Ahora sólo quedaba esperar. Encendí el televisor y esperé.

Martín

Me puse en la cola del aparato. Quería sentir esas vibraciones y turbulencias que siempre había querido evitar. Quería sentir que seguía vivo mientras el avión me llevaba hasta lo que seguramente sería mi último viaje.

Seguía sin notar síntomas demasiado exagerados. Tenía muchos dolores de cabeza y mi estómago hacía días que empezaba a funcionar de forma extraña y caprichosa. Pero nada de eso importaba. Iba a utilizar los últimos cartuchos de mi vida intentando desgarrar toda la realidad que hacía años que llevaba construyendo.

El vuelo era más lento de lo que me esperaba. A mitad de viaje pedí una botellita de vodka para intentar conciliar el sueño. Mis amigos siempre me habían confesado que no había nada mejor que un poco de alcohol cuando el avión está a mucha altura para evitar las pastillas para dormir. Y realmente funcionó.

Cuando aterrizamos, fui directo a la estación de taxis, no había llevado maleta, solo una pequeña mochila con mis ahorros y mi portátil.

Le pedí que me llevara al centro de la ciudad y realicé unas pequeñas compras de ropa y de lo necesario para el día a día. A continuación busqué el hotel que había reservado a través de la web del proyecto. Resultó que el hotel estaba cerca de donde me encontraba, así que no tuve que desplazarme mucho. Cuando subí a la habitación había una botella de champagne esperándome, y como todavía tenía que planificar lo que haría a continuación, pensé que lo mejor era brindar con el espejo y empezar a dibujar el recorrido en el mapa de la zona.

Cuando vacié la botella ya eran las ocho de la tarde. Salí del hotel a refrescarme con la brisa con rumbo a ningún lugar. El alcohol había tenido el efecto deseado. Me sentía más perdido que nunca.

De repente me di cuenta que a mi alrededor todo eran árboles. Había entrado en una especie de parque, y todo a mi alrededor era verde. Aunque había varios grupos de jóvenes gritando en un banco cercano no lograban romper la magia del momento.

Volví sobre mis pasos y me eché en la cama del hotel. Pero el sueño no venía. Quizá tendría que haber cenado alguna cosa antes de rendirme a Morfeo, pero ahora ya era tarde. Llamé a recepción pero la cocina estaba cerrada. Podían ofrecerme unas galletitas o una bolsa de patatas. Decliné la invitación y fui a buscar algún bar de mala muerte que tuviera algo potable para picar.

Y así fue como encontré el Bar. El único lugar de la zona que parecía abierto. Entré y una nube de humo me absorbió. Me senté en la barra y pedí algo para beber. El estómago ya no protestaba, y no iba a ser yo quien lo despertara.

La gente sonreía y parecía venir de otro plano, donde los impuestos, la política y la sanidad eran sólo problemas secundarios.

Tras varias copas, la gente empezó a fijarse en mí y a conversar conmigo. También acabé dándole unas caladas a algo que jamás había probado.

Y en ese preciso momento fue cuando mi engranaje se rompió. Noté como algo ocurría en mi cabeza, como si un nudo se hubiera desatado. Ahí empezó mi liberación.

En ningún lugar especial, con nadie especial. Fue en aquel lugar, que precisamente no tenía ningún nombre en especial, donde todo acabó y empezó.

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Fin de la segunda parte.

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En unos días, la tercera y última parte.

Para leer la tercera parte, clickad aquí

Carles Rubio Arias.

4 comentarios en «Hacia la luz (II)»

  1. Leída la segunda parte, creo que está un poco flojita, es muy plano… no hay cambios que te han engancharte a una tercera parte, no crees?? Cuidadito con las repeticiones de palabras en un mismo párrafo, queda raro al leerlo. Siento ser un poco puntillosa… Pero me esperaré a la siguiente parte.
    Besitos.

    Jess.

  2. Hola! Para aportar la nota discordante a mí me ha gustado!
    Tampoco es para poner el típico comentario pelotilla, jejeje, estoy de acuerdo en que la 1a parte resultaba más interesante y avispada pero me da la impresión que aquí la idea iba más encaminada a seguir desarrollando la trama pero sin contarnos mucha cosa más para que nos quedemos con «las ganas».
    No obstante siempre se agradecen las críticas constructivas, bien para que Carles se replantee si puede mejorar sus escritos o para que nos explique si hay algún efecto que pretenda otorgar expresamente con aspectos como el de la repetición de palabras.

    Un abrazo!!

    Dani

  3. Ahora ya conocéis la historia, los personajes, nada os sorprende, simplemente la historia sigue avanzando hacia un desenlace. Creo que es por eso que no la consideráis a la altura de la primera parte. Pero me gustaría que una vez esté escrita la tercera parte, lo consideráseis un todo, no tres partes distintas. Y sobre las repeticiones, que ya me lo has dicho más de una vez, me leo y releo los textos, así que si existe una figura de repetición generalmente es porque quiero que esté ahí. ¿Para qué? Para hacer hincapié, remarcar una idea, o simplemente para que la idea no se vaya de la cabeza. Es una práctica que he adquirido con el tiempo y que a mí me gusta. Otra opción es que me haya equivocado y haya repetido algo sin darme cuenta. 😛

    ¡Gracias por escribir!

    Un abrazo,

    Carles.

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