Por un momento me asusté. Parecía como si el mojo, al que tantas veces había acudido, había desaparecido. Como si la falta de práctica hubiera debilitado mis dedos y mi cabeza.
No pares ahora, pensé. Pero ya era tarde, había pasado de una idea a otra sin darme apenas cuenta. No avanzaba con ninguna.
Por lo tanto, lo único que me quedaba era concentrarme e intentar continuar sin él.
Sí, las palabras revoloteaban y salían sin esfuerzo, pero no había nada que contar.
Así que salí y me puse a observar. Vi la vida e intenté pintarla con palabras, puntos y comas. Pero más que una historia, parecía un ejercicio de concentración y observación. Una clásica descripción carente de acción.
Pero continué con mi esfuerzo y, aunque cansado, seguí dejando mi pluma correr.
En algún momento dejé de pensar, y empecé a escribir estas líneas de forma automática, dando la bienvenida de nuevo a lo que tanto necesito para escribir y contar historias.
Gracias por devolverme la llamada.
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Necesitas unas gafas menos pasta, tío. Te estás volviendo muy profundo…